Con el corazón en la mano

-¿Me podés decir lo que te dijo?- preguntó ella.
-No.- dijo él.
-¿Por qué?- perguntó ella.
-Porque no quiero lastimarte más de lo que él lo hizo.- le respondió él.
-Podés decirme, ya estoy acostumbrada.- le contestó. Y era verdad. Estaba acostumbrada a sufrir, así que no le parecería nada del otro mundo lo que le dijera. Es más, hasta podía ser que estén de acuerdo.
-Está bien.- suspiró.
-¿Y?- preguntó, ansiosa.
-Ahí va. El dijo que...- suspiró de nuevo, nervioso. -que no quería estar con vos porque eras horrible.-
-¿Ah, era eso?- preguntó con fingida indiferencia. Sabía desde antes que eso era lo que todos pensaban.
-Sí.- dijo, todavía serio, su mejor amigo.
-Bueno.- dijo ella y se fue corriendo a su habitación.
Sabía que lo normal era encerrarse en el cuerto a llorar hasta que la llamaran para comer, pero en lugar de eso decidió hacer todo lo contrario. Lo único que hizo en su cuarto fue peinarse un poco más. Se miró al espejo y, como le pasaba desde que era chiquita, no se gustó. Se sacó el rosario que tenía colgado y lo tiró en la valija. Se lo había llevado pueso con la esperanza de poder tener un viaje hermoso, y empezó mal desde el principio, asi que ¿para qué lo quería? Salió del cuerto sin soltar una sola lágrima y bajó las escaleras para encontrarse con sus amigas.

En medio de las escaleras se lo encontró. Ese chico por el cual había llorado una vez, ese que ella amaba, ese por el cual ella había llegado hasta a cortarse las venas y sentirse una estúpido por estar enamorada de él. Y la miró como si nada, como si unos minutos antes no le hubiese arruinado su viaje de egresados y su vida, como si no le hubiera dicho que era una chica horrible, como si no hubiera hecho que todo su mundo se viniera abajo. Y ella siguió bajando las escaleras como si nada hubiese pasado, con el corazón en la mano.